¿Qué es la imaginación?
Realmente la respuesta más o menos la tenemos todos en la cabeza, pero por si alguien no lo tiene claro me he dirigido al consejo de sabios (RAE) y voy a copiar la definión que nos brinda el diccionario: facultad humana para representar mentalmente sucesos, historias o imágenes de cosas que no existen en la realidad o que son o fueron reales pero no están presentes.
Solamente con esto tendría para rellenar la entrada de este domingo por lo que tirando precisamente de esta virtud, y apoyándome en diversas lecturas, le he dado una nueva vuelta de tuerca a esta palabra de la que se supone los escritores debemos de tener sacas y sacas acumuldas en nuestras casas, aunque es preciso puntualizar que la imaginación no es algo exclusivo de los escritores. Si acaso de estos es la capacidad de plasmarlo en el papel, pero está claro que sí es algo que debe ser intrínseco a la creación literaria, aunque no sea exclusivo de sus creadores.
¿Virtud o maldición?
Ahí es donde planteo esa vuelta de tuerca porque si bien siendo escritor ya hemos visto que es esencial y, que incluso, es una cualidad muy útil para darle chispa a la vida del resto de la humanidad que no escribe, pero pese a todo, no podemos negar que el exceso de imaginación puede ser incluso una maldición. De muestra un botón y una experiencia personal o como diría Lolita Flores: una anécdota. Para empezar, puedo decir que, desde hace mucho, se ha denominado a la persona a la que le rebosa este atributo como de «Antoñita la fantástica»
Muchos de vosotros, queridos lectores, que todavía veis vuestro 50 cumpleaños como algo lejano, seguramente no tendréis ni idea de dónde viene ese apodo, pero aprovechando la circunstancia voy a contártelo.
Antoñita la Fantástica era adorable, era una niña espabilada y a la vez muy educada, que para eso se había criado en el barrio de Salamanca de Madrid en la posguerra; dónde también se crió mi madre, que disfrutó leyendo sus aventuras y por la que tengo precisamente noticias de esta criatura. La niña vivía aventuras en la realidad y sobre todo en su imaginación y de ahí su apodo. Antoñita iba a Radio Madrid, a la Gran Vía, acompañada de su tata, siempre a su lado (la ficticia aya se llamaba Nicerata), porque quería tener su sesión semanal de tertulia con don Antonio, un adulto respetable con quien había entablado amistad (y no miremos la relación con filtros de hoy).
A esa niña repipi le gustaba viajar a Babia. De hecho siempre estaba en Babia. De la radio, Antoñita pasó a los libros infantiles, a los best sellers de una España aún deprimida de finales de los años 40 y que necesitaba reanimarse.
Tras el personaje se encontraba quien le daba voz en los micrófonos de la SER y quien empezó a escribir sus aventuras, Borita Casas, fiel representante de la España dividida, con un hermano falangista muerto durante la guerra y otro, de la izquierda, republicana en el exilio. Una locutora que aprovechó sus visión, de la España en la que vivió, para su trabajo en las ondas. Antoñita era fantástica y llegó a convertirse en una serie de televisión, dirigida por Pilar Miró en 1967.

Y de ahí que el empresario Antonio García Fernández, padre de Ana Obregón, observara que su hija pequeña tenía unas dotes excepcionales para la comedia, el desparpajo dialéctico y, sobre todo, una mente abierta para vivir con la imaginación mucho más de lo que tenía ante sí, que no pudo evitar sacarle punta: «Esta niña es Antoñita la Fantástica», bromeaba. Y Ana Obregón, que entonces tenía doce años, se quedó con el apodo, que no le iba mal con su personalidad. Si había que quedarse en Babia, ya lo hacía.
En el caso de Ana, ella supo sacarle partido a este mote y hacer una marca de su forma de ser, granjeándose con ello la simpatía de la gente que la rodeaba, aunque hay veces que tener tanta imaginación puede llegar a ser una maldición tanto en la vida real como en la vida literaria.
La maldición del exceso imaginativo
Siempre se ha considerado como algo positivo el estimular la imaginación pero como cualquier cosa que se tenga que desarrollar, si se hace en exceso, podemos acabar teniendo problemas. Recuerdo que de pequeña me metí en algún pequeño lio por ese poder de mi imaginación, que acababa aderezando con algunas mentiras mal calzadas aquí y alla con lo que, a la primera que me pillaron y tras una buena regañina por parte de mi madre, decidí atar en corto a ese rum rum de mi cabeza y utilizarlo en algo más provechoso. Tal vez ese toque de mi progenitora favoreció que en vez de reprimir esta capacidad de hilar historias fantásticas acabaran muchas de ellas plasmadas en mis libros.
Pero esta cualidad debe de estar bien atada y fundamentada, si se es escritor, porque ese rebosar imaginativo nos puede llevar a querer meter con calzador hechos en una novela y que por mucho que gocemos de lo que se llama licencia del autor, acaben haciendo que el relato pierda credibilidad y pasemos de una novela de ficción a una de fantasía, que si bien en este género la capacidad de inventar mundos es fundamental, también hemos hablado de que por encima de todo está la necesidad de que todo quede bien encajado, y que pese a ser un mundo nuevo debe tener unas leyes razonablemente lógicas que se cumplan de principio a fin y todo ello perfectamente fundamentado.
La maldición la he sufrido en novelas que he leído en la que hay piezas que no encajan por mucho que el autor eche los restos tratando de poner su imaginación al servicio de la narración. Tendría que disfrutar de cuatro vidas para poner por escrito la cantidad de agujeros que he encontrado en las historias que he leído por un exceso de inventiva. Ahora que también hay autores que han aprovechado el tirón de esta cualidad al servicio de sus lectores en forma de libro, anécdotas, reflexiones y vivencias; haciendo de ello una narración entretenida que arranca sonrisas, risas y carcajadas.
En este caso me encuentro con el trabajo de la autora Mina L. Ladoc titulado «Dario y desvarios de una doctora Jedi». El libro se encuentra dividido en una serie de capítulos breves dónde la autora nos va plsmasndo sus reflexiones sobre cosas muy disparejas que le han llamado la atención. Así en el primero nos encontramos sus conclusiones sobre ciertos puntos de las novelas del género de los thrillers referido a la obligación que tiene un escritor de ser primero un buen y gran lector para que en sus narraciones no encontremos anacronismos que acaben estropeando una buena trama. Pero no nos quedamos ahí, nuestra autora continúa a traves de sus capítulos, y tirando de buen humor e imaginación, con sus reflexiones sobre temas muy diversos y que darían para sentarse con ella, empezar por un café y acabar la tertulia con una copa larga. A la vez va dejando leves pinceladas sobre reglas ortográficas y recomendaciones para que nunca olvidemos que un libro puede ser un excelente compañero en nuestras horas muertas. Un detalle importante que debo aclarar es que Mina, además de ser médico de familia, es una gran correctora que en sus redes sociales se esfuerza en compartir conocimientos para todos aquellos interesados en aprender esos pequeños detalles que enriquecen nuestra lengua castellana.
https://www.instagram.com/mmladoc/?hl=es
https://www.facebook.com/mina.m.ladoc

Son reflexiones con las que todos nos podemos sentir identificados, pues hemos pasado por esos hechos que ella nos cuenta seguramente alguna que otra vez. Incluso tiene la capacidad de relatar una situación luctuosa y hacer de ello un momento para pararnos a pensar que hasta en las cosas más sencillas parece que siempre hay alguien encargado de complicarlo todo hasta lo indecible. ¿Os habeis fijado en la gran varidad de compresas o maquinillas de afeitar que hay en el mercado? Ya no nos vale la tesis doctoral, necesitamos ademas un master para tomar ciertas decisiones en la vida y que va a depender de un número determinado de gotas que nos indican la absorción o de hojas que marcan el apurado.
Además me ha gustado mucho este trabajo precisamente porque, de una manera amena y tirando de mucha imaginación, la autora va dejando caer situaciones ridículas, lo que puede servir para que otras personas se cuestionen actitudes que son perfectamente risibles y modificables precisamente por ser bochornosas. Pero no solo el libro trata de reflexiones sino que tiene esa faceta didáctica que nos va dando en forma de pautas ortográficas, que vienen muy al caso si estás interesado en mejorar en esa faceta, seas o no escritor. Nunca se sabe si tendrás que hacer una carta de presentación para un puesto de trabajo, por ejemplo, y ahí también se miden las habilidades lecto-escritoras.
Una de las recomendaciones que hace de forma insistente es que tenemos que leer y hacelo con mucha atención porque no me digais que a la hora de leer el título del libro no lo habeís hecho de corrido y verbalizado en vuestro cerebro la palabra DIARIO. Pues no…es dario y sin acento, el porqué, eso lo averiguaréis cuando leais este libro que os recomiendo porque pasaréis un buen rato gracias a la imaginación de Mina L. Ladoc.