mi trabajo

Zapatos color rosa

Vuelvo de nuevo a la carga con un breve relato de una de mis alumnas del Taller para jóvenes escritoras y escritores que impartí este mes pasado. La dinámica y la temática es la misma: la aparición al lado de la cama de unos zapatos desconocidos.

En este caso la autora es Erika Ruiz y la puesta en escena de la historia me pareció también muy interesante. Valoro mucho su participación e interés y me siento muy reconfortada con las palabras que me envió una vez finalizado el curso, a vuelta de correo, junto con este estupendo texto:

Muchísimas gracias, Gaby. Eres una gran profesora y el taller de escritura ha sido lo mejor de mi verano. He aprendido mucho y usaré todo el material que nos has pasado 🙂

Erika Ruiz

Gracias a este estupendo curso hoy puedo anunciar que continúo con mi labor docente a lo largo de los próximos cuatro meses como formadora-motivadora, aunque está de moda la palabra coach, con el mismo centro académico que me propuso para impartir el taller de escritura. Va a ser una gran responsabilidad porque tendré que motivar a un grupo de personas adultas en la tarea de aprender, pero siempre he sido amiga de los retos y este es uno más. Esto no significa que vaya a apartar mi vocación como escritora, que para mí está al mismo nivel que la de docente, sino mas bien todo lo contrario. Esta oportunidad que la vida me brinda, de manera tan oportuna, me va a servir como trampolín para ese futuro libro y para otros estupendos proyectos que vienen detrás. Cruzo los dedos y miro hacia adelante con ilusión mientras os dejo esta colaboración de la compañera Erika.

Raúl tiene la lengua tan seca y un dolor de cabeza tan intenso que le está costando conciliar el sueño. Se quiere levantar para bajar a la cocina a por un poco de agua, pero el esfuerzo de mantenerse sentado en el borde de la cama ya le ha hecho sudar. Antes de incorporarse, espera un poco y toma aliento. Pero hay algo que le desconcierta; en el suelo, donde deberían estar sus zapatos y los de su novia, hay unos que no reconoce. La débil luz de la lamparita le permite ver que son unos zapatitos de tacón de color rosa. Raúl los coge y los analiza acercándolos a la lámpara, luego intenta ponérselos, pero solo le cabe la mitad del pie.

Mira fijamente los zapatos hasta que algo se ilumina en el interior de su cabeza. Empieza a recordar: estuvo hasta las tantas de juerga en una fiesta de disfraces en la que no faltó la cerveza y la buena comida. Rememora que estuvo charlando con una chica de larga cabellera rubia, de belleza deslumbrante y vestida de rosa, aunque ahora no consigue evocar su nombre. Piensa que beber agua fresca le hará recuperar la lucidez, así que sale de la cama dando trompicones. Estaba abriendo la puerta cuando se da cuenta de que se ha dejado la luz de la lamparita encendida, algo que su novia no soporta. Con sigilo, se dirige de nuevo a la mesilla, y, antes de apagar la luz, se acerca a ella para comprobar que sigue dormida. Por algún motivo, sus rizos morenos se han transformado en mechones lisos de oro.

Raúl se asusta y con cuidado la destapa. Su vestido rosa confirma sus sospechas. Se pone nervioso al pensar que su novia estará a punto de llegar. Sacude a la chica. «Despierta», le susurra. La chica no reacciona. Mira el móvil deseando encontrarse con un mensaje de su novia que le avise de que se queda a dormir en casa de una amiga, pero dicho mensaje no existe. Raúl está empapado de sudor y la cabeza le va a estallar. Sabe que vendrá en cualquier momento, pero no sabe qué hacer. Zarandea, ahora con violencia, a la rubia, pero no se despierta de su profundo sueño. Como último recurso vuelve a coger el móvil y marca su número mientras sopesa qué excusa soltar para que no venga; inundación, fuga de gas, atraco…

No acaba todavía el primer tono y ahora es el móvil de la chica rubia el que suena desde la mesilla. Su novia no se lo coge y Raúl cuelga. El tono de llamada de la chica cesa al mismo tiempo. Se acerca a la mesa y mira el dispositivo de la rubia mientras vuelve a llamarla, y en la pantalla aparece «Raúl». Cuelga, le quita la peluca rubia a su novia y se mete en la cama.

Autora Erika Ruiz
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Taller para jóvenes escritoras y escritores

Es cierto que hay experiencias que deben vivirse porque explicarlas es complicado y este ha sido el caso con el taller que he impartido para jóvenes escritoras y escritores.

Parece que todo vino rodado desde el momento que me propusieron hacer la sustitución de la persona que lo iba a impartir y que, por un accidente, se tenía que excusar. Además se han sumado factores que me han ilusionado desde el minuto uno que acepte la propuesta, como el tener todos los días que viajar en tren, el transporte público que más me gusta, que me he puesto a enseñar a personas interesadas en aprender, sumando a eso que el taller lo impartía en pleno centro de la ciudad de Cádiz, en la Casa de la Juventud lo que me facilitaba el paseo mañanero por el exterior del puerto viendo barcos. He disfrutado cada día, pero sobre todo con esto último, que me ha hecho recordar cuando paseaba de pequeña de la mano de mi padre y subía con él a los barcos atracados, algo que por seguridad ya no permiten.

Si tengo que hacer una valoración del curso puedo decir que ha sido para mí muy positivo puesto que ha habido mucha retroalimentación. Soy de ese tipo de persona que está en continuo aprendizaje y evolución; no me entendería de otra manera. Los detalles de esta actividad los iré comentado según vaya surgiendo la ocasión, pero sobre todo lo que quería destacar es que les he animado a que escriban, pese a que les he metido mucha tralla con la teoría. Entiendo que a escribir se aprende escribiendo, pero sin una base sólida pienso que es inútil hacer el esfuerzo porque en realidad es como abrirle una gran despensa a alguien que no tiene ni idea de cocina y decirle: haz una buen plato.

Y, sobre todo, quería quitarles ese miedo a publicar. Así mi propuesta ha sido que escriban pequeños relatos y yo se los publico en mi blog. Para que estén tranquilos les animé a que lo hicieran con seudónimo. Hoy os presento el resultado de uno de esos pequeños relatos escrito por uno de los compañeros que asistieron al taller. La premisa era: un personaje al incorporarse en la cama encontraba que las zapatillas que estaban esperándolo no eran las suyas. ¿Qué ha ocurrido? Espero que os guste.

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BLANCO

Me despierto.
Solo recuerdo una gran luz blanca al abrir los ojos, pero lo que respecta a mi nombre, mi pasado y el resto de mi identidad; no.
Me incorporo en la cama y pongo la vista en el suelo, allí veo unas pantuflas blancas, sé que no son mías, lo supongo porque son más grandes cuando me las pruebo, no son cómodas, pero es mejor que ir descalzo.
Toda la habitación es blanca, incluido los muebles. Salgo por la puerta del mismo color, y lo único que encuentro al frente es un pasillo incoloro por el que decido deambular.


—¡Alerta! ¡Sujeto de pruebas en fuga!

Me doy la vuelta y veo una figura humana con un traje blanco de protección biológico que me está señalando con la mano. Al instante, suena una alarma, así que salgo pitando de ahí, sin embargo, no me están persiguiendo.
Intento encontrar una salida, pero es todo un laberinto donde ni siquiera puedo recordar cuantas veces he cruzado por el mismo sitio.
Empiezo a escuchar pasos, son de un científico con una coleta plateada. Me mira y me sonríe con bastante malicia, y con las manos extendidas me dice:

—Vaya, vaya, con que estabas por aquí.


Huyo de él antes de que acabe la frase, pero está clavado en el sitio, sin hacer nada. Escucho un ruido y mi cara acaba besando el suelo, siento una presión en el pie, y cuando giro, no pude creer lo que estoy viendo.
Su mano derecha, que aparentaba ser humana, resulta que es mecánica. La había extendido, agarrando a lo justo mi pie.
Al forcejear un poco, consigo liberarme gracias a que la zapatilla es más grande. La otra se la lanzo antes de seguir corriendo hacia la salida para huir del chiflado ese, aunque apenas llego a avanzar un metro y todo lo que consigo es que él muestre una mueca de desaprobación.


—¡Es inútil intentar escapar! ¡Desiste de ir por la luz blanca!

¿Dijo luz blanca? La veo, debe ser la salida. Voy derechito hacia la libertad después de correr por todos lados, pero mientras más avanzo hacia la luz, más intensa se hace.
Y, en algún momento, me desmayo para despertar luego en una cama y sin recordar nada de lo que ha ocurrido…


Me despierto.

Autor Ad Gate