He leído por las redes como hay personas que presumen por no tener formación e incluso de no haber leído nunca un libro y hacen alarde de que, pese a eso, les ha ido estupendamente en la vida. Imaginaros qué hubiera pasado si además hubieran tenido una formación académica o leído algún libro. Lo mismo hasta tendríamos un sin fin de nuevos avances técnicos y científicos gracias a ellos.
Afortunadamente ese no ha sido mi caso y a lo largo de mi vida he tenido una amplia lista de mentores, palabra que abarca a maestro, guía y consejero, hombres y mujeres a los que tengo que agradecer su vocación a la hora de formar a niños y niñas, entre los que tuve la fortuna de estar y que me animaron a leer como algo habitual en mi vida cotidiana. Ahora mismo me encantaría recordar el nombre de todos ellos pero seguramente se me quedarían muchos en el tintero, pero no por eso dejo de enviarles mi más profundo agradecimiento estén donde estén, puesto que incluso algunos de ellos ya han fallecido.
Y no solo hablo de profesores de Literatura, que me inculcaran el amor a la lectura, sino de cualquier materia que amplió mis conocimientos y me marcó la senda para llegar a lo que he llegado hoy en día. Tú, lector, te preguntarás que qué tienen que ver asignaturas tan dispares como el griego, las matemáticas, el derecho civil y la química con el hecho de ser escritora. Pues me temo que todo, porque como bien dijo alguien muy sabio: el saber no ocupa lugar, sino que más bien enriquece. Por lo tanto me parece absurdo hoy en día, con todos los medios que tenemos a nuestro alcance y estando presentes en las redes sociales, que haya quien se disculpe o incluso presuma diciendo que no se ha leído un libro en su vida. El que de verdad no ha podido formarse no está en las redes sociales.
Desde luego yo he tenido la fortuna de caer en una familia donde la lectura y la búsqueda del conocimiento de forma autodidacta era el pan nuestro de cada día, pero también he conocido a otras muchas personas que no habiendo nacido en la misma circunstancia han tenido fuerza de voluntad e interés en aprender y se han buscado la vida para hacerlo sorteando muchas dificultades, con lo que las excusas para mí, en su gran mayoría, son sencillamente falta de interés por aprender. Habrá casos, y son contados, en los que les sería imposible, pero seguro que no están alardeando de ello en las redes sociales.
Dentro de la lista de agradecimiento pondría a mi padre, que me enseñó a leer, y a mi madre que me llevaba a la biblioteca pública desde muy pequeña y, además, tanto ella como mi abuelo hicieron sus pinitos como escritores. Tras ellos tengo una amplia lista de profesores de literatura, pero el que mas recuerdo fue Salvador, que durante mis años de Instituto prácticamente me abrió al mundo de la lectura ya de adultos, sobre los 12 años, con la novela «La familia de Pascual Duarte» de Camilo José Cela, pero que también me guio en la lectura de los clásicos que, si bien muchas veces, no llegaba a entender en tu total profundidad, ahora me han ayudado a poder hacer una incursión en algunos de ellos como «Ana Karenina» de León Tolstói y así me puedo permitir el lujo de hacer una lectura crítica y comparativa. Algo que nunca hubiera realizado sin las enseñanzas previas de muchos profesores que han dejado una gran huella a lo largo de mi vida.
Por eso, presumir de no haber leído un libro en la vida, me parece tan absurdo como presumir de que no mantener unas mínimas pautas de higiene. ¿Quién presume de no lavarse nunca? Pues en este caso el libro sería como la higiene mental o el alimento que hace que no se nos atrofie el cerebro. Sé que ninguno de los que me leeréis estáis en esa situación, pero si tenéis la oportunidad de hacerle alguna vez un regalo a un niño, que sea un cuento, seguramente cuando sea adulto os lo agradecerá.