Hasta donde me alcanza la memoria recuerdo haber tenido siempre cuentos y libros entre las manos, pero sobre todo he disfrutado con los comics incluso antes de aprender a leer. Es más, recuerdo estando de veraneo con mis primos y sus abuelos pedirle a mi tío-abuelo Carlos, que me leyera una vez más mi libro de Mortadelo y Filemón y que él me respondió: «ya va siendo hora de que aprendas a leer». Supongo que tendría a los pobres hartitos de leerme siempre lo mismo e imagino que ese invierno sería cuando mi padre me enseñó a leer aprovechando que ya entraba en el colegio en lo que antes se llamaba párvulos.
Una de las cosas que me llevó a escribir esta entrada es la curiosidad por saber los orígenes del llamado el noveno arte, aunque no todo el mundo está de acuerdo con esta denominación. Hay quien lo remonta incluso al periodo de las pinturas rupestres, donde el hombre desarrolló una forma de contar su vida por medio de esquemáticos dibujos o incluso se ha llegado a considerar a los relieves y bajo relieves del periodo faraónico de Egipto como predecesores del comic. Pero no quiero remontarme a esa época porque sería rizar mucho el rizo y se apartaría en exceso de mi intención de hacer de las entradas algo entretenido para todos los públicos.
Buscando información encontré qué se considera como el primer comic conocido. La mayoría de los investigadores aceptan que Thomas Rowlandson es el inventor del cómic en el año 1809. Rowlandson publica “Los viajes del doctor Syntax”, tal vez el primer cómic o aventura seriada de la historia en tener resonancia, y dónde ya en esa época hacen su aparición los bocadillos parlantes. Sin embargo, según los cánones, el primer cómic moderno publicado en el mundo, fue The Yellow Kid (El chico amarillo), el 16 de febrero de 1896 en el diario The World de Nueva York.

En cambio, en Europa la evolución del cómic seguía un camino propio: en 1908 se editan en Italia las primeras tiras cómicas en el Corriere dei piccoli, y en Francia aparecen las aventuras de Pieds Nickeles, los estafadores Croquignol, Filochard y Ribouldingue, en el diario Le Journal.
En España la historieta o cómic se inicia en Cataluña en 1904, con el Patufet, pero no se publica la primera y verdadera revista de cómic hasta 1917, con el TBO. ¿Cuántos de nosotros hemos pasado la tarde leyendo sus historietas?

He disfrutado también de una época en la que en los quioscos existía la opción de cambiar los comics leídos por otros nuevos, como si de una biblioteca se tratara, con lo que muchos niños de los años 70 y 80 nos conocíamos al dedillos la aventuras de los personajes de la época y no solo de los que se publicaban en España sino de aquellos que nos llegaban del extranjero.
Sería 30 años después del primer número de Marvel Comics cuando en abril de 1969 aterrizó en los quioscos de España el primer número de ‘Los 4 Fantásticos’ de la mano de la Ediciones Vértice en una tirada de 16.000 ejemplares. Era un librito de 128 páginas en blanco y negro con lomo y tapas de cartón, que costaba 25 pesetas (un precio considerable para la época) y que no citaba en ningún momento el nombre de los autores o datos sobre la edición estadounidense. Desde entonces ha pasado más de medio siglo, una celebración que Panini, que desde el 2004 publica aquí a los superhéroes de La Casa de las Ideas, ha recordado con ‘50 años de Marvel en España’, poco antes de acabar el 2019, un año después de la muerte de Stan Lee su creador: un visionario editor y escritor de cómics que dotó a sus superhéroes de una dimensión humana y creó un universo donde las historietas se relacionan unas con otras.
Los jóvenes de la época estábamos acostumbrados a leer ‘mortadelos’, el Capitán Trueno, Tintín y Astérix, grandes tebeos, pero en realidad pensados para un público infantil, y de golpe nos encontramos con unos donde claramente ponía que eran para adultos, que lo que contaban sus historias tenía consecuencias, que lo que ocurría en un tebeo tenía lazos con lo que pasaba en otros. Éramos niños, pero éramos conscientes de que leíamos algo que tenía otro trasfondo, porque de repente veíamos en Spiderman remordimientos por la guerra de Vietnam, conflictos raciales o al Capitán América en desacuerdo con la política de su Gobierno. Fue el desembarco del cómic adulto en España lo que también supuso un trabajo añadido para la censura de la época.
Pero no pienses que solo eran los comics extranjeros los que estaban bajo el punto de mira de los censores sino que también era algo que sufrían los españoles. Nuestros dibujantes trataban de realizar una solapada crítica de la situación del país entre los bocadillos de las viñetas y con los magníficos dibujos de sus creadores. En el caso de los comics extranjeros, el problema no residía tanto en la violencia que mostraban, sino más bien estaba relacionado con ese contenido fantástico que se oponía a las enseñanzas de la Iglesia católica de la época. No en balde se rechazaban los superhéroes, pero se potenciaba la presencia de santos, ángeles y querubines… Aunque con el paso del tiempo la censura se centró más en el erotismo de las protagonistas. Y hasta el moño de una de las «Hermanas Gilda» llegó a ser considerado como excesivamente sexi. Pero eso ya es tema para otra entrada.

Junto con los «Mortadelos y Filemónes» yo también era niña de Tintín, más que de Astérix y Obélix, aunque tenía más de los agentes de la T.I.A que libros del reportero belga. Aún así, mis favoritos fueron los titulados «Destino la Luna» y «Objetivo: la Luna». Gracias a los comic amplíe mi vocabulario y viaje a otros países, como la China o el Tíbet, además de darme una vuelta por la Luna. Junto a eso, entendí los refranes, las frases con doble sentido y el humor con sus toques de ironía. Así, pasando página tras página alcance la madurez para acercarme a otro tipo de publicaciones, aunque nunca deje de leer comics. Continúe con Mafalda y Carlitos y su fiel Snoopy y, pasados los años, me adentré en la búsqueda de otros autores.

Aquí puedo hablar de Marjane Satrapi, una estrella en el mundo del cómic francófono a raíz de Persépolis, una obra autobiográfica sobre su niñez y su juventud en Irán que publicó en cuatro tomos entre 2000 y 2003. La obra se convirtió en un gran éxito de crítica y de ventas internacional. Persépolis narra de primera mano el proceso de islamización que trajo consigo la revolución de 1979. Hija de una familia progresista de clase media, Satrapi estudió en el Liceo Francés de Teherán hasta que el nuevo régimen del ayatolá Jomeini prohibió la enseñanza bilingüe y laica. En la obra cuenta cómo su familia simpatizó con la revolución que derrocó el régimen autocrático del sah Mohamed Reza Pahlevi hasta que fue monopolizada por los sectores islamistas que restringieron las libertades e impusieron, entre otras cosas, el velo islámico. También narra las dificultades para mantener una vida privada de carácter laico y el gusto por la cultura occidental en medio de un clima opresivo en el que cualquier vecino era un delator potencial. Satrapi continuó narrando sus recuerdos de infancia y retratando a la sociedad iraní en Bordados (2003) y Pollo con ciruelas (2006), que obtuvo el premio al mejor álbum en el prestigioso Festival del Cómic de Angulema.

Otro cómic del que disfrute fue el relato más amable, por su uso del sentido del humor, fue el de Guy Delisle en Crónicas de Jerusalén (Astiberri, 2012), donde nos muestra las excentricidades y situaciones absurdas que se dan en la ciudad santa de las tres religiones del Libro, avispero marcado por la difícil convivencia de dos pueblos enemigos en continua tensión y al que se añaden las comunidades cristianas que habitan o visitan la ciudad. Delisle recopila más de 300 páginas de anécdotas dibujadas durante el año que acompañó en Jerusalén a su pareja, miembro de Médicos Sin Fronteras: judíos ultraortodoxos borrachos como cubas durante la fiesta de Purim, la costumbre compartida por judíos y musulmanes de no tirar jamás el pan sobrante, la descripción de los distintos grupos de judíos ortodoxos según su vestimenta, su amistad con un pastor luterano aficionado al manga o la sorprendente coordinación entre policías palestinos e israelíes para garantizar la seguridad del Papa católico Benedicto XVI durante una visita a Jerusalén.
Ambos autores tienen una visión que os recomiendo si quieres conocer la visión que tienen de países que están bastante alejados de nuestra área de influencia, ya que creo que para conocer el mundo que nos rodea no es necesario leerse pesados libros de Historia o tragarse horas y horas de documentales. A veces en los cómic, buceando en ese mordaz doble sentido que sus dibujantes aportan a sus historias, podemos aprender bastante de lo que ocurre en la puerta de la lado de nuestra casa. Anímate y acércate de nuevo al mundo del cómic si lo has dejado o entra en él si nunca lo conociste. Hay maravillas por descubrir.